El reto más grande de vivir al otro lado del mundo

Mi nombre es Yamila Grenon soy de Córdoba, Argentina y hace 4 años que estoy viajando por el mundo y 2 años viviendo y estudiando en Australia. Actualmente vivo en Melbourne y estoy estudiando un MBA en Torrens University.

Durante mucho tiempo sentí la necesidad de ir siempre acompañada al supermercado, al cine, de shopping, de vacaciones... Por algún motivo no podía hacerlo sola, pensaba que era raro. Hice lo que “supuestamente” tenía que hacer en ese momento de mi vida, sin entender, por qué o para qué, pero lo hacía.

Un día me levanté y me di cuenta que el mundo que me rodeaba y de la manera que vivía me asfixiaba.

Recuerdo que me tomé un par de días para descartar todo tipo de impulsividad, y mientras más pasaba el tiempo, más reafirmaba esa sensación y ganas de partir “vaya a saber Dios a dónde”, pero las ganas de irme a otro país se intensificaban. Fue entonces cuando tomé la decisión de ir a Australia y sabía que la parte más difícil sería contarle a mi familia. Si bien, cada viajero tiene experiencias distintas, tenemos algo en común y es la sensación de que nos trituran el alma cada vez pensamos en quienes dejamos al otro lado del mundo.

A ellos, a quienes un día les tuvimos que explicar que nos soñábamos lejos de casa, que teníamos ganas de volar, de descubrir nuevas formas de ser y de vivir. ¿Cómo aliviarles el vacío que les dejamos cuando nos ven partir detrás de un vidrio en un aeropuerto?. En esos momentos, los convencemos de que todo va a estar bien, aunque no tengamos la menor idea de lo que va a pasar. Decidimos agarrar nuestra mochila, sin mirar atrás, para ese entonces, ya no queremos o quizás ya ni podemos.

El viaje al fin comienza, y todo es nuevo: los rostros, las rutas, los idiomas, los olores, la comida (y esta lista puede ser infinita). La adrenalina de comernos el mundo va creciendo día a día, nos sentimos como si pertenecieramos a ese nuevo país, a esa cultura y generamos un hambre voraz de seguir cumpliendo esos sueños que se nos vienen a la cabeza en una noche de insomnio.

Nos creemos capaces de todo y sin duda lo somos. Nos sentimos dueños de nuestras vidas como nunca antes; nos alivia contar con la presencia de esas personas que apenas conocimos, que nos aconsejan como grandes sabios y se convierten en nuestros mejores amigos en un par de horas.

Trabajamos de lo que sea y como sea, nos quejamos porque puede que no nos guste, pero al día siguiente nos levantamos pensando que ya estamos ahí y que eso era todo lo que soñamos, la aventura apenas comienza.

Trabajamos más horas de las que alguna vez recordamos, pero ganamos el dinero que en casa nunca podríamos hacer. Nos escapamos un fin de semana a una playa o cascada, que algún día vimos en fotos, y no podemos creer que finalmente estamos ahí.

Hacemos videollamada con “ellos” y emocionados, les contamos nuestros planes y proyectos, dándoles la seguridad que necesitan de saber que estamos bien; felices porque estamos donde queremos y porque todo lo nuevo se siente perfecto.

Ellos nos sonríen, se alegran de vernos entusiasmados y con tanta energía; nos dicen que están orgullosos de nosotros, los saludamos con un beso detrás de una pantalla y ellos entre lágrimas, sienten que nunca nos fuimos. Duermen todas las noches pensando en nosotros, les muestran a sus amigos las fotos que les compartimos, se animan a pronunciar palabras en otro idioma que les enseñamos, se sienten parte de nuestro viaje a través de las historias que compartimos. Ellos están bien si nosotros estamos bien...eso dicen.

El tiempo va pasando y aquella euforia de los primeros meses o años va cesando poco a poco. Nos damos cuenta que hemos cambiado, y ahora nos conocemos tan bien que nos preguntamos si nos convertimos en la persona que una vez habíamos deseado ser. Esa fuerza que nos alentaba a crear un nuevo sueño de partir al extranjero, hoy nos remonta a recordar los proyectos que dejamos en casa y que entonces esos recuerdos se convierten en el insomnio más triste.

Pero ahí están “ellos”, nuevamente, los que oran por nosotros, sin saber que también somos nosotros los que rezamos por ellos todas las noches. Ellos, quienes hoy después de unos años, nos dicen “No vuelvas que allá estás mejor”. Es ahí cuando entonces somos nosotros los que nos quedamos con millones de lágrimas en los ojos detrás de la pantalla.

Entendemos que el tiempo es sabio, que nos lleva siempre a donde tenemos que estar y a vivir lo que es para nosotros, de la manera que sea y para hacernos crecer. A veces, aparecen esos viajes en tren, que detrás de una ventanita nos trae la ecuación más difícil: la incertidumbre de quedarse o volver. Vivimos los momentos más especiales de nuestra familia y amigos desde lejos: las fiestas, cumpleaños, casamientos todo a destiempo y detrás de un celular. Extrañamos muchísimo más de lo que mostramos y es ahí donde nos damos cuenta que el corazón duele y no miento, duele de verdad.


Los que viajamos somos lo suficientemente afortunados como para desarrollar la inmensa importancia que significa un abrazo; tenemos la hermosa capacidad de hablar de nuestra casa con un brillo en los ojos que antes no teníamos. Desarrollamos nuevos sentidos, amamos y odiamos con intensidad, cambiamos diariamente, crecemos, evolucionamos, nos reinventamos y así puedo mencionar mil millones de cosas que nos han pasado y nos seguirán pasando en el transcurso de nuestras vidas como inmigrantes.

Pero nunca nos van a entender cuando nos pregunten por “ellos” sí, con todas las letras y en mayúsculas, ellos son la FAMILIA que la vida nos dio y que seguiremos eligiendo, en cualquier parte del mundo y para siempre. Los que nos dan el empujoncito cuando todo cuesta, la mamá que cuenta lo que cocinó...esa tarta que tanto nos gusta y que definitivamente como a ella, no le queda a nadie; nos sorprendemos con lo gigantes y hermosos que están nuestros sobrinos, y escuchamos al viejo que se queja del Covid y la política.

Me pregunto, ¿habrá algo mejor que tenerlos a ellos? Ni un cuarto de todo lo que vivimos al otro lado del charco sería posible sin nuestra familias. Sin ellos, una gran parte de nuestros viajes estarían eternamente vacíos.

Salud, Paz, Amor para todos “ellos” a quienes este año saludamos detrás de una pantalla.

Por: Yamila Grenon